25 de noviembre de 2025

Tótem























Toda tu vida
para enseñar a querer,
toda la mía
para aprender a perdonar.

Todo mi silencio por encontrar el amor,
el tuyo, sólo por superar el olvido.

27 de agosto de 2025

Remar



 La única lucha que tiene sentido es la que tienes contigo misma; la voluntad se alía con tu propio sufrimiento, que rema a tu favor, ganes o pierdas.

El tiempo le gana al dolor, sucede cuando cada día es un regalo, pero cada minuto se convierte en una tortura.

19 de agosto de 2025

Ella

 Si sólo fuera ópera, sería una de María Callas, con la voz de las tribus vascas cuando quieren llamar desde un valle a otro, para advertir que su gente se ponga a resguardo, porque después de un suspiro, llegará la tormenta. 

Luego vendrá la lluvia desde sus ojos, y todas las aguas nacerán allí, dónde suena el llanto. 

En sus valles, los senderos serán todos de piedra y las noches  soñarán con pintar la sombra de su melena, para dejar que su luz se vista de blanco.



1 de agosto de 2025

Yo

Imagen por Idoia Laurenz

Tengo adentro un tesoro que heredé de la sangre, que sabe construir fortalezas para esconder las ausencias. 

Mi historia es un jeroglífico de almas antiguas, que convierten la novela de cualquier vida en un libro de mandamientos sin discípulos ni creyentes.

Y tú, ¿quién te crees que eres?...

Nadie te ha otorgado el derecho 

de seguir mis pasos,

ni de estudiar mi lengua.

1 de julio de 2025

Espejo, espejito

Creer que casi todo depende de ti

Soñar con todas las utopías, alguna vez en la vida

Saber que hay cosas que no las podrás cambiar 

Vivir la vida que te tocó sin mirar a nadie más 

Recorrer tu camino sin enterrar tus sueños 


Permitir que la vida te pase...

28 de junio de 2025

Parar

Da igual escribir o viajar de forma compulsiva, 

comprar, beber o irse lejos a sufrir todos los conflictos del mundo.

Son diferentes vías que llevan al mismo destino:

Huir de ti mismo.

Lo difícil es meditar. No alejarte, no  salir de ti, ni de tu metro cuadrado

quedarte


en ese lugar 

y conseguir ahí tu propia paz.


11 de junio de 2025

Suspendidos

 ̶ ¿Qué te pasa, Ayla? Te noto apagada   ̶ supongo que él lo dice porque no estoy como siempre, con la sonrisa en la boca.

̶ Ando en una transición espiritual   ̶ le respondo ̶ . Hasta hace poco le concedía un valor importante al ser humano, digamos que le otorgaba un 7 sobre 10. Sin embargo, he tenido una noche muy reflexiva y desde hoy sólo le doy un 2, siendo generosa, claro.

̶ ¡Qué pesimista!    ̶ añade, dejando un semblante disconforme que inmediatamente corrobora diciendo:   ̶ así no se puede ir por la vida. Tampoco te va tan mal, Ayla.   

No digo nada. Sólo pienso en mis razones, pero no contesto de forma automática. Tengo experiencias suficientes en mi espalda que argumentan mi conclusion, pero sería una pérdida de tiempo, porque podría parecer que sólo es una percepción personal, y además, me callo porque no se puede debatir con “un dos”: una certeza que descubrí hace mucho tiempo y que sigo a rajatabla.

̶ Existen 56 conflictos armados activos en el mundo  ̶ al final hablo porque no lo puedo resistir, y quiero poner un argumento menos cuestionable ̶ .  ¿Así queda más claro?




1 de mayo de 2025

Saber

 A él le gustaba ejercer la sabiduría. Le encantaba cualquier actividad destinada a adquirir, desarrollar y mantener una habilidad para interpretar el mundo. Por eso, cultivaba el universo de la palabra, también practicaba cualquier deporte y por supuesto, guardaba el rincón de los afectos para los seres humanos. Se acercaba mucho a los más sencillos. 

Le gustaba hablar y comer con los pastores, dormir solo en el monte y soñar despierto.


21 de abril de 2025

Gracias

Hay días que amanecen con un peso menos en los ojos

noches en que los pensamientos se liberan

y vuelven a ocupar su verdadero horizonte. 

Imagen por Idoia Laurenz


25 de febrero de 2025

Vencido

 Estás pendiente de lo que escribo y a quién, de lo que hago y de lo que me gusta y no.

 Nunca has sabido vivir tu propia vida sin el suministro de otros.




8 de febrero de 2025

Creer

Muchas veces me pregunté de qué servía esperar durante tanto tiempo a alguien que no existe, o permanecer en el sueño de algo que no tiene lógica.

Tal vez sirviera para lo mismo que caminar sin rumbo, por si salía a mi encuentro un hombre como tú, que abre delante de mis ojos su mano, que de tantos rechazos que ha tenido ya no le queda miedo para el mío.  Alguien que me dice que le gusto, como a mí me gusta el mar.


Me  sirvió para lo mismo que comer sin ganas. Me sirvió para seguir viva.

29 de enero de 2025

Re-petición

 Entiendo las consignas a la primera

 y también amo la simplicidad.

En consecuencia, tus anáforas me parecen tan sobrantes 

como improductivas.

17 de enero de 2025

Un silencio menos



  
Él era un coleccionista de víctimas de carne y sueño. 

A unas las quería cerca, pero no las amaba. 

A otras las amaba, pero las quería lejos.



    

4 de diciembre de 2024

Saber estar

    Si ni siquiera "tus amigos" te tratan con honestidad, no eres tú el que falla, pero has de saber que estás en el lugar equivocado. 

     Si te respetan incluso tus enemigos, estás en el lugar que te corresponde.


Selfie Ayla Michelle


27 de noviembre de 2024

De cine

      En  la riqueza o en la pobreza, en la salud o en la enfermedad, solo existen dos clases de personas: las que ayudan primero y las que primero defienden sus intereses.

      Los interesados además son impostores, porque a menudo tratan de pasar por generosos, y si pueden, se aprovechan de ellos. Son los cobardes de cualquier trama y los malos de la película.

Imagen por Ayla Michelle 


25 de noviembre de 2024

El papel del cómplice

      La discriminación tiene una gran  estructura, formada por unos pocos que marginan, postergan o excluyen de forma sigilosa, y muchos cómplices que los apoyan con su silencio activo, porque aspiran a ocupar o mantener el lugar que de otra forma no les corresponde. 

      Pero recuerda que el tiempo siempre hace justicia, y solo donde hay verdaderas semillas permitirá que crezcan flores.

La flor de la justicia - Selfie de Ayla Michel




20 de septiembre de 2024

Todas mis mañanas de domingo

     
Imagen por Ayla Michelle 

 La casa donde vivía junto a mi familia estaba muy cerca de la casa de Dios. Él era mi vecino favorito, que residía justo enfrente de mi portal, en una iglesia de arquitectura moderna y fuera de lo común, cuyo tejado estaba recubierto por unas láminas de acero que le daban un aspecto enjoyado. No tenía campanario y en su lugar había un pararrayos enorme, que a mí me gustaba observar desde la ventana en los días de tormenta. En el verano, los chicos aprovechaban la ausencia del párroco para subirse al tejado de la iglesia, al que se accedía subiéndose primero a un muro de tres metros de altura, por el que había que caminar haciendo equilibrios. Después se deslizaban por las planchas de acero a modo de tobogán. Un día lo probé y me gustó mucho la experiencia, así que repetí unas cuantas veces más. Los domingos por la mañana se celebraba la obligada Misa, y todos los niños acudíamos a las once con los mejores vestidos que teníamos, y acompañados por nuestros padres. Mis hermanos y yo íbamos con nuestra madre. Ella tenía mucho talento para diseñar ropa, por eso mis vestidos eran muy comentados entre las vecinas, por su extraordinaria originalidad. 

       El cura siempre insistía, antes de comenzar el sermón, en que los niños no debíamos subir al tejado de la iglesia, aprovechando las tardes en las que él no estaba por ahí, porque era algo muy peligroso. Y recordaba a los padres que debían transmitirlo a menudo a sus hijos, para evitar que tuviéramos que lamentar alguna desgracia. Así que el juego aquel sólo duró tres meses en mi vida, que es el tiempo que dura en el estómago la sensación de vértigo ─según me cuentan algunos─ y que es lo más parecido que he vivido ─según deduzco─ al primer amor de verano. Tiempo después levantaron el recubrimiento de acero y dejaron a la vista la estructura de pizarra negra y antideslizante de aquel tejado. Supongo que también los sermones cambiaron, y los juegos de los niños se sustituyeron por otros menos peligrosos. No lo sé, porque en mi adolescencia abandonamos aquel piso y fuimos a vivir a otro lugar.


    En el nuevo barrio las niñas tampoco eran mis amigas, pero a diferencia del anterior, todas allí querían jugar conmigo. Catorce niñas acudían a la Misa de las doce, en la capilla de San Fermín, el domingo por la mañana. Yo me quedaba fuera, esperando en el parque de La Taconera. No importaba si llovía o nevaba. Aquel parque se convirtió en mi lugar de culto, al que siempre acudía sola. 

Comencé a echar de menos el pararrayos de mi infancia. Cuando regresaba a casa, a la hora de comer, pensaba a menudo que lo más importante del lugar en el que vivimos es todo aquello que se puede ver o imaginar desde nuestras ventanas. Desde la mía, soñaba con aquellas mañanas de domingo de mi infancia, en las que debía cuidar de mi hermano, tres años menor que yo, y vigilar que no se metiera en el barro para jugar al hinque. También ejercía de protectora cuando los amigos de mis hermanos mayores le quitaban los zapatos al pequeño y los tiraban detrás de una verja para reírse de mí. Como era mejor volver a casa con los zapatos sucios antes que sin ellos, aprendí en una tarde de sábado a afinar mi puntería con el lanzamiento de piedras. Aquello fue mano de santo.

   No importa cuántos años hayan pasado desde entonces. Son muchos los sábados alegres que he acumulado en mi vida, y muchas las noches en las que me he sentido acompañada. Ayer un hombre atractivo me dijo algo hermoso. Algo que en realidad he deseado oír toda mi vida. Ahora estoy asomada a mi ventana. Me alejo de sus palabras y desde mi vocación de pararrayos,  sueño con la soledad de una tormenta, quizá con mis ojos puestos en aquel tejado. Porque todas mis mañanas de domingo amanecieron con la excusa de poder soñarte, y ni una sola me fue creada para poder fingir que no existe este rincón vacío y oscuro de mi alma, que nadie podrá iluminar,
y desde el que hoy escribo.

15 de septiembre de 2024

Ataduras

Imagen por Ayla Michelle 


Ahora que te has liberado de ti mismo,

te has convertido en el único recluso de mi libre albedrío.

11 de septiembre de 2024

Restar

 Dos más una no son tres, cuando hay alguien que solo resta.

 Por eso me fui de ahí, para poder salir entera.

Imagen por Idoia Laurenz. Si tuviera que elegir una sola fotografía de mi autoría, sería ésta.




1 de septiembre de 2024

Soltar

Imagen por Ayla Michelle 


Me liberé de las emociones y de las personas que generan toxicidad.

Me ayudó la lluvia de verano,  la terraza de esta casa y el ruido de las olas. La sonrisa de mi hijo, el olor de tu pelo, el sueño de ayer y el amanecer de mañana.

Me ayudaron los versos de Cernuda, las pinturas de Lautrec y los silencios del alma. Las canciones de mi tierra, las orquídeas de la galería y las cuerdas de mi guitarra.


28 de agosto de 2024

Son lentejas


Este relato, lentejas, le gustaba mucho a una persona que se ha ido para siempre. Alguien que supo leer el alma de la persona que lo escribió, o sea, yo. 

Conservo pocos recuerdos de cuando tenía cinco años, pero decidí, según me cuentan, comer la mitad de lo que me ponían en el plato y me convertí así en una niña más bien delgada. Dicen que fue por celos ─de mi hermano el pequeño─, pero de eso no me acuerdo. 

En aquellos tiempos de mi infancia las señoras iban a menudo a la peluquería, a veces con sus hijas. Desconozco si ahora  sigue de moda esa costumbre, porque los salones de belleza no los visito, porque me arreglo el pelo en casa. Esta aversión a que alguien me corte el cabello, me viene de cuando tenía cinco años, y mi madre se fue un día a la peluquería ─¡a quién se le ocurre hacer eso un sábado!─ y encargó a mi hermano, el mayor de todos, cuidar de mí hasta que ella volviera.

─¡¡¡Y que no se levante a jugar tu hermana hasta que se haya comido todo!!! ─dijo mi madre antes de cerrar la puerta.

Tres horas tardó ella en volver de la peluquería, y ahí plantados nos encontró a los dos: Mi hermano vigilando para que no me moviera de la mesa, y yo ahí sentada, sin moverme y sin probar bocado.

─¡La vida son lentejas! Las comes o las dejas ─comentó mi madre al regresar─, pero eres tan terca, hija mía, tan terca que ni con hambre te doblegas a la imposición de comer. 

Luego las lentejas oxidadas cayeron por el váter. Después me fui a jugar con el estómago vacío y con la primera batalla ganada, porque parece que el hambre te hace correr mejor y más lejos.

Aprendí muy pronto que por la fuerza no se consigue convencer y que la libertad de mi hermano empezaba donde terminaba la mía. Pero sobre todo, aprendí que en mi boca mando yo.



24 de agosto de 2024

Psicología de la mascarilla


Ruth, mi amiga peluquera, dice que en estos tiempos de pandemia, nuestro cerebro nos está engañando para que los demás nos resulten más guapos cuando llevan la mascarilla puesta

Pienso que nuestro cerebro, o mejor dicho, nuestra imaginación intenta engañarnos continuamente.  Y es cierto que las personas depositamos altas expectativas en aquella parte de la anatomía o de la vida de alguien que aún no conocemos. De hecho, en el lenguaje de la seducción, es mucho más efectivo sugerir que mostrar.

La mente conserva, por fortuna, ese rinconcito de la ingenuidad de la infancia. Será por eso que los regalos  llevan su envoltorio. Aunque al abrirlos generan con frecuencia, más frustración que sorpresa. 

Y cuando esta cualidad tan nuestra, la ponemos al servicio de Internet, la frustración es el resultado garantizado. Porque podemos distinguir con claridad una fotografía manipulada con Photoshop. Sin embargo, nos cuesta mucho detectar la manipulación de un perfil de Internet, creado para aparentar un carácter de antihéroe moderno, con una inteligencia brillante, y con la capacidad de generar confianza a través de una estrategia de juegos malabares creados con palabras. Por la misma razón, en los perfiles de Internet a ninguno de nosotros le favorece la mascarilla. En Facebook, todos estamos mucho más guapos sin ella. 

Si lo pensamos bien, los amigos interesantes y atractivos que todos hemos conocido realmente, aunque su perfil virtual no esté mal, resultan mucho más atractivos en persona, porque nuestro cerebro es capaz de detectar otros matices de gran belleza que siempre requieren la presencialidad.

Por supuesto, Internet es un avance indiscutible para muchas cosas. Pero para conocer personas atractivas de verdad, interesantes y sobre todo de confianza, sencillamente  no sirve.

 


23 de agosto de 2024

Contigo

De todas las caras que tuvo el amor, tú fuiste la más extraña. Tu forma de estar se parecía a las nubes.

Más del cielo que de nadie.

Aunque vengan días de Sol, vivo como siempre, por delante, tal y como prometí.

Como si nunca te hubieras ido.



20 de agosto de 2024

Con la casa a cuestas


Recuerdo con mucho cariño el último verano antes de independizarme. Fue para mí la primera vez que trabajé fuera de casa, y lo hice como monitora de un campamento infantil, ubicado en la montaña de Navarra. Me instalé con todo el equipo un día antes de que llegaran los niños, para organizarnos y repartir las tareas y conocer las instalaciones y el programa. El director comentó que todos los años había  dos tiendas de campaña con niños del orfanato o de familias con problemas familiares. Estos niños requerían una atención mucho más cercana e intensa que el resto. Lo habitual era realizar un sorteo previo para designar los monitores de las dieciséis tiendas y ver a quién le había tocado el muerto. Pero antes del sorteo me ofrecí  como voluntaria para ser la monitora de los diez niños de la Inclusa. Mi ofrecimiento fue aceptado unánimemente ─cuánta solidaridad para este tipo de cosas muestra el ser humano─.

En realidad resultó ser un trabajo mucho más divertido y menos problemático de lo que pensaba. Mis niños hacían muchas travesuras con el único propósito de  llamar mi atención; hablar cuando se requería silencio, insultar a quien fuera en cualquier momento (a veces con razón) o levantarse de la mesa mientras estábamos todos cenando en los comedores. Por la noche, después de ir a dormir, los monitores hacíamos recuento de los niños para comprobar que estábamos todos. En mi caso era necesario repetir el recuento una hora después, porque mis niños tenían insomnio y tardaban dos horas en quedar dormidos. En ese tiempo las linternas de mis dos tiendas se iban encendiendo de forma intermitente y a veces salían a tomar el aire. La primera noche, al hacer recuento observé que faltaba un niño de siete años; un niño llamado Dalai. 

─¿Dónde está Dalai? ─pregunté. 
─Ha dicho que se iba del campamento ─respondió uno de sus compañeros de tienda. 
─¿Cómo que se va? ¿A dónde se va? ¿Por qué se va? 

Eran demasiadas preguntas (error de novata) y no tuve ninguna respuesta, así que supuse por intuición que Dalai no se sentía bien en ninguna casa y por eso huía por costumbre. Y cuando alguien huye, acostumbra a hacerlo por la puerta, aunque sea un niño. El campamento estaba en un enorme recinto vallado y la puerta general (obviamente cerrada) se utilizaba para la entrada y salida de los autobuses. Así que fui hasta la puerta y allí estaba él. De pie. Solo. Era un niño muy moreno y con la cabeza rapada. Supuse que ese nombre, Dalai, era en realidad un mote de “familia”. Para esas cosas la hija de La Rubia tiene una intuición de lince. Por eso me quedé a su lado en silencio, y estuvimos así largo rato. Él pensaba en sus cosas (supongo) y yo pensaba en las mías. Él no hacía preguntas. Yo tampoco. 

Ahí, de pie, me dio por recordar a mi último amigo; un chico encantador que se acercaba a mí cuando salíamos en la misma cuadrilla el viernes por la noche, con la intención mutua de ser algo más que amigos, pero que siempre terminaba llevándome a casa en su coche sin que hubiera sucedido casi nada. Cuando llegábamos a la altura del portal, escuchábamos música y a mí me daba por hablar y hablar. Una de las noches, cuando llevaba una hora hablando en el coche, él preguntó: “Idoia, a ti no te gusta volver a casa ¿verdad?"

Después de media hora pensando en nuestras cosas, empecé a hablar con Dalai. 
─Parece que a ti te gusta irte de casa, Dalai. A mí me pasa justo al revés; lo que no me gusta es regresar.  Tal vez sea más fácil para mí volver si lo intentamos los dos caminando juntos. Si a ti te parece bien acompañarme, claro.
─¡Vale! ─respondió. 

Tras los primeros pasos, en silencio, Dalai me agarró de la mano. Lo acompañé hasta su tienda, a duras penas me soltó la mano y al poco rato se durmió. 
Todas las noches de mi estancia en el campamento, Dalai se escapaba a la puerta esperando que en un gesto maternal fuese yo a buscarlo. Y todo era más sencillo y hermoso entonces, porque ya no teníamos nada que pensar, sabíamos lo suficiente el uno del otro y regresábamos los dos, así, de la mano, algunos días caminando y otros corriendo entre los árboles.
Ahora que mi trabajo es otro bien distinto, me gusta pasar las vacaciones subida en una autocaravana. Cuando estoy en mi casa tiendo a ocupar todos los armarios con mis cosas y sin embargo, cuando sólo dispongo de un cajón de cincuenta centímetros para mí, entonces aún me sobra espacio. Y prescindo del secador de pelo para modular mis rizos y del rimmel para disfrazar de negro mis pestañas rubias.
Cuando viajo con la casa a cuestas, me doy cuenta de que el verdadero hogar es minimalista, se lleva dentro del alma y  con unas pocas verdades queda vestida. Todo lo demás es decoración exterior, engañosa y recargada. 

Mi hogar es nada más que un rincón del alma en el que se encuentra la paz, y esa certeza que amuebla mi casa, me la enseñó un niño llamado Dalai.

Sombra voladora


La playa es el lugar relajante por excelencia. Particularmente, las prefiero salvajes y lejos de la urbanización, para practicar en ellas el nudismo. Sí, sí, he dicho en pelotas. Porque todos presumimos de ser personas liberadas, pero la doble moral es una mala sombra que nos persigue,  muy especialmente cuando hablamos de naturismo. Todavía recuerdo aquel programa de televisión; "Un. Dos. Tres. Responda otra vez", en el que aparecían premios que se iban descartando hasta quedarte con uno solo. Podía ser bueno; con suerte un apartamento en la playa, o nefasto, como una calabaza llamada Ruperta. Pero lo peor que te podía pasar, es que te tocara en gracia el premio de una semanita con todos los gastos pagados, para dos personas, en una playa de urbanización nudista. Entonces todo el mundo en el plató, incluido el presentador y por supuesto los telespectadores, se descojonaban a mandíbula batiente del concursante por su ridícula desdicha.

Mi acompañante, en esta ocasión, conocía muy bien el naturismo y me propuso ir a una playa nudista, para pasar la calurosa tarde de verano. Para mí era la primera vez, y acepté la propuesta sin titubeos. Supongo que cuando me encuentro ante a una situación que me puede ruborizar, se crea una lucha en mi foro interno; gallardía contra vergüenza, en la que disfruto dejándome llevar hasta enterrar en lo más profundo de mi ser, mi sentido del ridículo. Dice un amigo mío, psicólogo, que todo eso me pasa porque soy proactiva y prometeica. Aunque siempre le contesto que no conseguirá sentarme en su diván por mucho que intente liarme.

Dejamos el coche aparcado y comenzamos a caminar. Había que atravesar varias playas en las que estaba prohibido practicar nudismo. Era tan inaccesible nuestro destino que aquello me pareció la travesía del desierto sin comida ni agua. Pero vi la luz y se produjo el milagro. No era un espejismo.  Habíamos llegado a nuestro destino; una preciosa playa, no demasiado ancha y bastante larga, cosa que nos permitía a todos estar cómodos, cerca del agua y guardar al mismo las distancias. Reconozco que sentía un pudor algo asfixiante. Pero no había retroceso ─me hubiera muerto deshidratada en el camino de vuelta─. Nos colocamos casi al principio, porque me incomodaba pasear vestida por toda la playa ─cuestión de mimetismo─. Así que nos instalamos, me quité la ropa ─supongo que él también, pero no me percaté, porque ya lo tenía visto de otras veces y estaba más pendiente de lo mío─. Me di crema solar. Mi acompañante colocó su sombrilla (a mí no me hacía falta, pero él insistió) y después se fue a bucear a la zona de las rocas. Yo preferí tumbarme al sol. Así que pegué mi trasero en la toalla y cerré los ojos, como los monos de Gibraltar. Hablaba sola y me decía: "Ya pasará el rato y te irás acostumbrando, poco a poco, y si tienes calor te esperas, que no pasa nada.
El caso es que no habían pasado ni dos minutos y escuché un ruido, ¡clac! y después ¡buf! 

¿Qué habrá sido eso? ─pensé─, horror, ¿qué si no? La maldita sombrilla que se iba volando. Lejos. Muy lejos de mí. No sabía como reaccionar ante tal coyuntura de contratiempos, así que hice lo que cualquier chica hubiera hecho; busqué con la mirada a mi acompañante. Después de todo la sombrilla era suya, y fue él quien se empeñó en colocarla (mal, por cierto) mientras yo solo quería tomar el sol. Pero él estaba ya mar adentro. Joder, todo el mundo miraba ─la verdad es que las playas nudistas son así. Todo el mundo mira, que es como debe ser─, hasta ahí bien... pero, ¿por qué nadie salía corriendo para ayudarme? Obviamente, todos observaban mi decisión. Si no me levantaba quedaría como una remilgada y si me levantaba, me tragaría la tierra por la vergüenza. Mientras yo vacilaba ante tanta confusión, el viento jugaba en mi contra (una vez más) y había que decidir rápido, unos segundos se podían transformar en veinte desesperantes metros de agonía.
Así que me levanté con una seguridad pasmosa y aparente, y pensando; caminaré despacio y recogeré la sombrilla. Pero tras mis primeros pasos, vino otra ráfaga de viento y ella volaba y volaba, atravesando la playa en todo su recorrido. De vez en cuando caía, eso sí, pero permanecía muy poco tiempo en tierra. Entonces sí que miraba todo el mundo con una sonrisilla traviesa ─muy divertido claro, yo en mi linea de dar siempre el espectáculo─. A grandes males grandes remedios ─pensé─ y eché a correr apresuradamente. ¡Y bueno! ¡Bueno! ¡Bueno! Aquello más que una solución era el bamboleo del siglo. Se movían todas las partes de mi cuerpo, hasta las pestañas, pero lo del pecho, ¿eso? Eso era algo fuera de lo común.

No sé si sabéis lo que es correr desnuda. Yo sí. Os cuento. Lo único que piensas es: Joder que la sombrilla se pare y la pueda recoger de una puta vez. Porque puestos a hacer el ridículo, volver sin sombrilla hubiera sido ya lo último. Para morirse de risa, ¡vamos! Pero hubo suerte. Al final de la playa pude recuperar mi objeto volante. Me lo coloqué a modo de paraguas sobre mi hombro y volví paseando despacio y recreando, sin darme cuenta, un óleo de Sorolla, pero sin ropa. Lo estáis pensando. Lo sé. ¿Cómo no se me ocurrió plegar la sombrilla y pasear disimuladamente? Pues no sucedió, porque en definitiva soy así; no paso desapercibida ni aunque me lo proponga.

Mutuo

 No perdura un amor que no es correspondido.

Cuando eres indiferente para alguien, siempre termina siendo recíproco.



19 de agosto de 2024

Olvidar

Sobre los escombros
olvidados en la memoria
de tu silencio

levantaré una fortaleza
construida con mis palabras. 


16 de agosto de 2024

Senderos

Me subí a los primeros tacones cuando llegué a los cuarenta, así que no esperé a ningún príncipe que reclamase para mi pie su impar zapatito de cristal. 

Después de pasar media vida estudiando licenciatura, máster y posgrados en vinagre, y de trabajar muchas noches con bajo sueldo, aprendí que las cosas que merecen la pena son pocas y vienen de gratis, y hay que saber también darse el gusto cuando se presenta una buena oportunidad.

No necesito mayordomo ni señora de la limpieza. A mi casa vienen los amigos pero no entra nadie para servirme, porque puedo sola con mi propia mierda. Tampoco soy de las que va de visita y aprovecha para dejarla fuera.

Tengo un corazón curtido para soportar la indiferencia o el desprecio injusto, pero si se acercan los mismos para intentar amarme, soy orgullosa y no se lo permitiré. He sobrevivido a la depresión y no me conformo con el amor que se da como sobras o por remordimiento. 

Detesto el frío, pero aun así, prefiero morir congelada antes que mendigar el calor. 



Dos flores y un día


En el patio de mi casa hay un cactus que vive despacio y solo. Apenas le hablo y él también me ignora, porque en toda su vida no ha florecido. Pertenece a una familia que da su flor, una vez al año, y se marchita en pocas horas. 

Yo mantengo las distancias, así que tampoco le doy opción a pincharme. Él utiliza su esterilidad para hacerse el muerto conmigo. Me acerco solo lo suficiente, y le sonrío tímidamente. Es una manera de que al menos uno de los dos parezca vivo. 

Esta noche, mientras estaba escribiendo, me sorprendió. En mi aniversario me ha regalado las dos primeras flores de su existencia. Me las dio para que aprenda a acercarme más a la vida

Porque no todo son espinas.





*Fotografías de Idoia Laurenz