Pensar en ella es sentir el espejo de su boca hecha de interrogantes. Notar la levedad del sueño que se inyecta por debajo de su falda, mientras ondean sus rizos como cuerdas, y toda ella pareciera el canto de una campana. Como perseguir en la nieve el camino que dejan sus abarcas, y atar con amor sus lazos que cruzan desde su talón ─no de Aquiles─, hasta la cima de sus rodillas que nunca se doblegan.
Su recuerdo me empaña el alma como el aliento de una niña que me observa con la nariz pegada en la ventana, y escribe Lorentxa sobre el vaho de un cristal, que alguien acabará rompiendo, para devolverme el trozo que lleva su nombre y poder descansar en este lugar. Esperaré el día en que el cielo lloverá sobre mis hojas, donde los bertsolaris dejaron sus poemas, y el río llenará entonces todos los rincones vacíos del alma.
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