Me subí a los primeros tacones cuando llegué a los cuarenta, así que no esperé a ningún príncipe que reclamase para mi pie su impar zapatito de cristal.
Después de pasar media vida estudiando licenciatura, máster y posgrados en vinagre, y de trabajar muchas noches con bajo sueldo, aprendí que las cosas que merecen la pena son pocas y vienen de gratis, y hay que saber también darse el gusto cuando se presenta una buena oportunidad.
No necesito mayordomo ni señora de la limpieza. A mi casa vienen los amigos pero no entra nadie para servirme, porque puedo sola con mi propia mierda. Tampoco soy de las que va de visita y aprovecha para dejarla fuera.
Tengo un corazón curtido para soportar la indiferencia o el desprecio injusto, pero si se acercan los mismos para intentar amarme, soy orgullosa y no se lo permitiré. He sobrevivido a la depresión y no me conformo con el amor que se da como sobras o por remordimiento.
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