Por fin me sentía liberada después de romper mi vínculo afectivo con Nacho, un hombre al que entregué todo
mi tiempo mental en favor de una utopía. Creo que el amor es una de esas cosas que a veces sucede al
margen de lo imposible. Nunca supe si Nacho me correspondía, porque él reconocía sus afectos en función de otras
cosas a las que tampoco tuve acceso, así que todo acabó siendo un problema de
enfoque, que terminé por solucionar enterrando esa utopía. Al hacerlo me di cuenta que en ese mismo campo estaban
enterradas otras utopías. Había un vecino al que no había prestado demasiada atención. Joel vivía al
final de la misma calle y rara vez nos encontrábamos. Teníamos diferentes
horarios de trabajo, así que nos veíamos cuatro o
cinco veces al año. Pero él siempre había estado en los pocos momentos
cruciales en los que pude necesitar la ayuda de un vecino amable. Por eso, se me ocurrió dejar una carta en
el buzón de Joel, para desearle un buen verano y pedirle que echara un vistazo
de vez en cuando a mi casa. También le pedí que regara dos veces por semana un
olivo que había plantado en una gran maceta que dejé junto a la puerta de entrada. Me iba de
vacaciones a un pueblo de mar en la otra punta del país, aunque preferí omitir en la nota la causa de mi ausencia, y simplemente añadí que regresaría tres meses después. También le dejé mi dirección de correo electrónico, para que pudiese localizarme ante cualquier imprevisto o urgencia.
El verano fue maravilloso y pude
disfrutar del mar, las noches de copas y tertulias con amigos en la playa. Me
gustaba levantarme temprano y hacer fotografías en los alrededores de aquel
pueblo andaluz rodeado de alcornocales. Fue todo tan bien, que hasta el día anterior al viaje de
regreso a Barcelona, no me acordé de mi viejo olivo.
En todo ese tiempo tampoco había recibido noticias de Joel, así que supuse que la
normalidad vecinal había sido la tónica durante mi larga ausencia.
Al llegar a mi casa vacié el buzón y
vi que entre todas aquellas cartas había una de Joel. Me dejaba un mensaje breve
que decía:
“Querida vecina, las hojas del
olivo se han secado completamente. Creo que el árbol está muerto. Aun así lo he
regado siguiendo tus indicaciones. Cuando estuve fuera le dije a Anselmo, el jubilado
que vive en el número 47, que lo cuidara en mi lugar. Anselmo también sospecha
que el olivo está muerto.”
Pensé que sería buena idea
invitar a Joel a cenar a mi casa, así que fui caminando hasta el
final de la calle y llamé al timbre de su casa, pero no contestó nadie.
Al día siguiente volví a intentarlo. Tampoco contestó, pero iba preparada para
ello y llevaba un folio en el que escribí:
“Me gustaría invitarte a cenar este viernes. Quedamos a las nueve en mi casa. Si no puedes venir, déjame un mensaje en mi buzón.”
Desde el lunes ─cuando dejé la
nota─ hasta el viernes, él no me dejó ningún aviso de respuesta, así que supuse que vendría
a la cena.
El viernes estuve toda la
tarde cocinando. Cuando quedaba media hora para las nueve, me dio un ataque de
estupidez en el que empecé a elucubrar demasiadas cosas: que quizá Joel no iba
a venir ─posibilidad que hasta entonces no había contemplado─, o que debí
dejarle un número de teléfono ─posibilidad que me planteé desde el principio─.
Aunque inmediatamente después pensé que hice muy bien en no dejarle mi número,
y transcurridos diez minutos estaba nuevamente convencida de lo contrario.
A las nueve y cuarto llamó a la
puerta, pero el cuarto de hora precedente fue el más confuso que recuerdo desde
que me perdí en la feria con cinco años. Así que abrí e intenté disimular mi supuesto
semblante perdido.
─¡Hola, Ione! Cuánto me alegro de
verte. He traído una botella de vino tinto para la cena ─comentó Joel mientras
repasaba con la vista toda la casa, con la intención de cerciorarse de que era
el único invitado─. Por cierto, ¿has tirado el olivo?
─También me alegro de verte ─me
acerqué y le di dos besos─. Muchas gracias por todo ─respondí con una amplia
sonrisa─. El olivo está en la terraza. Pasa y siéntate ─le dije señalando la
terraza en la que también estaba la mesa preparada, y con una vela en el centro.
Abrí el vino y lo serví, y antes
de empezar a comer Joel se acercó al olivo y apoyado en la barandilla del
balcón levantó su mano en un gesto que me invitó a acercarme hasta él.
─¿Se puede saber por qué me has
hecho regar un árbol muerto durante estos meses? El vecino, Anselmo, piensa que
estás un poco loca.
─Es que todavía no se sabe si
está muerto. ¿Y tú que piensas? ─respondí.
─Tiene todas las hojas secas… señal
inequívoca ─alegó.
─Es que le tengo cariño al arbolito ─le dije con pena─ porque germinó en el jardín que había antes debajo de esta terraza. Hace quince años
observé que había una pequeña planta de olivo, que después siguió creciendo sola hasta
convertirse en un árbol. Pero este verano reformé el jardín y en su lugar
habilité esta terraza. Fue una decisión de última hora. De haberlo sabido
hubiera trasplantado el olivo a la maceta en el mes de enero, para garantizar
su supervivencia.
─¿Te fuiste por trabajo estos tres meses?
─preguntó como esperando una respuesta afirmativa.
─No, no. Me fui de vacaciones.
─Vaya… pues que no se entere
Anselmo.
─No seré yo quien selo diga.
Descuida. Pero te aseguro que este olivo está vivo ─susurré y arranqué una hoja
del árbol, y después, al lanzarla por el balcón aproveché para acercarme
sinuosamente al cuerpo de Joel─. Y lo que sucede es que hasta que pase el
invierno y nazcan los nuevos brotes en primavera, no se podrá saber con certeza
─momento en el que aproveché para tomar un trago de su copa.
─¿Te gustan? ─me preguntó sin
especificar qué, aunque se refería claramente a los vinos.
─Me encantan, pero solo los bien cultivados ─dije dando por hecho que le había comprendido, pero que
tenía ganas de jugar─. ¿Y a ti?
─¿A mí...? De uvas rojas y hermosas
─respondió siguiéndome el juego.
Siempre me pareció que Joel era inteligente y también honesto, algo imprescindible, puesto que creo que los hombres inteligentes que carecen de honestidad acaban siempre siendo
millonarios o se quedan amargados en el intento. Los honestos, en cambio,
terminan siendo humildes y con un gran sentido del humor, que suele ser
directamente proporcional a su grado de inteligencia.
Al terminar el postre, Joel se
levantó de la silla y extendió su mano invitándome a bailar. Sonaba la canción Supergirl de Reamonn, y obviamente
accedí.
─Quizá yo no sea lo
suficientemente roja y hermosa ─dije volviendo a la broma, sin poder evitarlo, aunque
con la certeza de saberme equivocada por hacerlo.
─Quizá seas mucho más pasional de lo que tú crees.
Al día siguiente Joel me regaló
una planta de margaritas. Se me ocurrió la idea de trasplantarla junto al olivo. Y
estoy convencida de que esa maceta está llena de vida porque estamos en pleno mes de diciembre y aún florecen margaritas nuevas a pesar del frío.
Hay cosas que las entierro muy profundo para
olvidarlas y algunas veces sucede que el entierro se me convierte en una cuidada siembra de la más mínima
esperanza de amor y vida.
*Fragmento de Por si te encuentro.
El olivo de Ione. Por Ayla Michelle. |
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