Dani, un compañero de trabajo, me suele aconsejar sobre mi vida social ─supongo que en algún momento le di confianza para
ello─, y me recomienda que de vez en cuando, cualquier viernes por la noche, visite alguna discoteca de Barcelona. Él piensa
que analizo demasiado a los hombres que conozco, y que por eso me resulta
difícil conceder una mínima oportunidad a cualquiera que esté interesado en mí.
Sé que lo piensa aunque no me lo diga con esas mismas palabras. Lo deduzco porque está
convencido de que la única forma de llevarme al huerto es por sorpresa,
por algún desconocido con quien mi mente no pueda poner inconvenientes o
excusas, y que tenga la suerte o la desgracia de encontrarme un momento con la guardia
abajo. Dice que conmigo sólo sirve el aquí
te pillo y aquí te mato, algo
a lo que no debería renunciar ─me insiste a menudo─, porque sólo se vive una vez. Él se toma la vida de forma muy mediterránea, en mi opinión, y especialmente la pasión. Sin embargo, llegar al sexo para mí, y muy a mi pesar, es algo rotundo y grave, aunque al poco tiempo de iniciarse la relación, el mismo sexo se me instala con templanza y naturalidad y se me vuelve liviano, gozoso y frecuente. Tampoco me siento orgullosa ni avergonzada por ello. Cada uno es como es, pero prefiero otros temas de conversación con mis compañeros, como la música, los viajes o la literatura.
─El viernes por la
tarde me voy de librerías por Barcelona, después del trabajo ─dije en voz
alta y mirando la pantalla de mi ordenador, como si hablara sola, aunque mi
compañera Paula estaba en su mesa de trabajo, junto a la mía, y sé que me
estaba escuchando.
─Hoy has visto a Dani
¿verdad, Ione? ─preguntó.
─Sí. ¿Cómo lo sabes, Paula?
─Es que no falla. Siempre te aferras a la literatura después de hablar con él. Son
muchos años compartiendo despacho contigo ─contestó en tono amable, como
agradecida porque fuese así─. Pero mira, esta vez me apetece acompañarte
¿Quieres que vayamos juntas?
─Claro que
sí ─respondí─. Han cerrado algunas librerías que me gustaban mucho, pero
cerca de la Plaza de Cataluña aún quedan dos muy interesantes, y además una de
ellas tiene cafetería.
A las tres de la tarde del viernes nos fuimos las dos a Barcelona en transporte
público. Al llegar, justo al lado de la boca del metro, encontramos una tienda
de sombreros y bolsos. Me compré una pamela de fieltro en color beis, y
después fuimos a la librería. Adquirí dos novelas de dos autores que me interesaban mucho. Mientras tanto, Paula miró la sección de
libros de jardinería, aunque finalmente no compró nada. Después nos
fuimos a tomar un té en la planta de arriba del mismo local.
─¿Me enseñas los libros que compraste, Ione?
─Claro. Mira ─respondí─: "No digas Noche" de
Amos Oz y "Suite francesa" de Irène Némirovsky. Y además esta otra:
"La mujer que leía demasiado", que me ha interesado mucho por su
título y la sinopsis, aunque no he leído nada de su autora.
Conversamos sobre nuestras
aficiones casi durante dos horas. Charlamos sobre el cuidado de las orquídeas que Paula cultiva con esmero. Además este invierno quiere preparar un viaje por todo lo alto, de esos que hacen las parejas cuando su matrimonio cumple veinticinco años, como
es su caso. Probablemente irán a Isla de Pascua.
De regreso, ya sentadas en el vagón del metro, Paula me
preguntó:
─¿Te fijaste en la gente que había en la cafetería? En un
hombre en concreto... ¿Te diste cuenta?
─No me fijé en nadie. Me pareció ver un grupo de alemanes en
la mesa de al lado ─contesté por contestar, como por decir algo.
─Me refiero a alguien que se acercó a nuestra mesa y dijo que "No digas Noche" es una novela excelente.
─No me acuerdo de su cara ─respondí.
─Tendrías que volver allí el próximo viernes,
Ione. A la misma hora. Pero sola ¿de acuerdo?
─Vale. Mucho más fácil que ir a la discoteca.
─¡Qué ocurrencias tienes! ─exclamó Paula─. ¿Eso a qué viene?
─Pero
¿por qué quieres que vuelva allí? ─pregunté cambiando de tema.
─Ya me lo contarás tú
misma ─dijo sin darle demasiada importancia al asunto.
Imagen por Ayla Michelle
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