28 de septiembre de 2015

La ventana de Ione

 

   
Regreso a Albi como una turista más y aunque conozco de sobra el arte que se prodiga aquí, me gusta volver porque así me permito recordar las emociones de mi pasado que se quedaron vinculadas sólo a esta tierra. Podría pensar en Pierre desde cualquier otra parte del mundo pero no lo hago. No consiento que mi memoria pasee libremente por los cementerios del amor. Cuando mi mente necesita vengarse de esa tortura silenciosa que le impongo, se me ablanda el corazón, me subo al coche y conduzco de un tirón hasta llegar a mi plaza favorita en Albi. Una vez ahí, le doy rienda suelta a todos esos recuerdos agolpados durante años. Me permito emborracharme de ellos y pienso que el dolor y la memoria hacen muy buena pareja. Se beben los vientos mutuamente ese par de locos pero jamás dejé que vivieran su idilio tranquilamente en mi casa, del mismo modo que ellos tampoco me permitieron gozar del mío.

Cuando me encuentro ubicada en mi pasado, quiero decir, lo bastante ebria como para resistir y lo suficientemente sobria como para caminar, me acerco paseando hasta la que me gusta llamar, irónicamente, “La rue de l’amour”, en la que está mi viejo apartamento de alquiler. Conserva todavía las mismas ventanas por fuera y los mismos deseos intactos por dentro.

Recuerdo que Pierre vivía en Toulouse y sólo venía a verme los martes porque ése era mi único día festivo, además de algún domingo. Me llamaba por teléfono justo antes de salir de su casa y llegaba a la mía una hora después, cosa que normalmente sucedía a las siete de la tarde. No salíamos del apartamento en toda la noche. Cenábamos desnudos y hacíamos el amor durante horas. No había tiempo ni ganas de hacer ninguna otra cosa. Nos despedíamos a las ocho de la mañana del día siguiente. Dejaba que él se fuese primero porque a mí me gustaba verle marchar en su coche desde esta misma ventana que observo ahora. Durante seis meses continuamos nuestra relación de esa forma. Pierre viajaba mucho, unas veces por causas familiares (para atender a su padre, afectado por una paraplejía debida a un accidente de tráfico) y otras por motivos de trabajo. También nos vimos algún domingo en su casa de Toulouse.

Un martes ya no volvió. Tuvimos una breve conversación telefónica en la que me dijo que no podríamos vernos como de costumbre porque su trabajo atravesaba un momento muy crítico que requería todo su tiempo y su atención. 

Tres semanas después las campanas de la catedral del pueblo tocaron a boda. Se casaba una vecina de la villa con el hijo del dueño de la antigua fábrica de chocolate. Al parecer, el padre del novio era un señor que iba en silla de ruedas. Su empresa había quebrado después del fallecimiento de la esposa, en el mismo accidente que le causó la lesión medular.

Por comentarios de los vecinos, me di cuenta de que se casaba Pierre. En ningún momento tuve deseos de entrar en la iglesia para interrumpir el evento, como suele suceder en algunas películas. Me mantuve en silencio durante meses, humillada por mis propios sentimientos autodestructivos. Inmersa en mi supuesta incapacidad para dejarme querer o sentirme querida. Analfabeta para decir y escuchar las emociones. Inmóvil en mi ventana. Abandonada por los otros y por mí, en esa angustia de acontecimientos que supuestamente le pueden pasar a cualquiera. No supe nada más de Pierre hasta que un año después volvió a sonar el teléfono.

─Allô? ─pregunté, pero sólo hubo silencio─. Allô? ─repetí─. Dis-moi! Qui est-ce? Papá, ¿eres tú? ─pasé a preguntar en castellano por si era alguien de mi familia.

─¡Ione, no cuelgues! ─oí por fin del otro lado─.  Soy Pierre! ─dijo en tono ilusionado.

   Intuí que el amor no tiene nada de ciego y siempre detecta cuando no es correspondido. Lo supe y viví sin hacer preguntas ni pedir explicaciones. Cuando el amor es un viaje sólo de ida, se limita a esperar los acontecimientos hasta que finalmente muere de soledad. Mientras pensaba en ello, Pierre seguía hablando solo.




25 de septiembre de 2015

Mis platos pendientes

Imagen tomada por Julia.

Cuando llegué a aquel piso en Barcelona que compartiría con otros tres estudiantes, no llevaba en la maleta vestidos de noche ni sonrisas de día, ni zapatos de tacón de aguja, ni tenía seguridad para caminar por las calles que me llevasen a esos sitios de copas donde las mujeres guapas iban a divertirse.

Nadie sabrá si fui joven y bella dentro de aquel cuerpo de veintitrés años, que se ocultaba al mundo debajo de pantalones y jerséis con dos tallas por encima.  

En aquel piso la limpieza y la comida se programaban por turnos rotativos, pero la montaña más alta de platos acumulados siempre era la mía. 


Cuando llegué a aquella ciudad no me pintaba los labios ni los ojos, porque jamás tuve la necesidad de maquillar mi tristeza. 

La otra cosa que detestaba, además de fregar, era que me tomaran fotografías.

22 de septiembre de 2015

Vuelve sola

 

Dani, un compañero de trabajo, me suele aconsejar sobre mi vida social ─supongo que en algún momento le di confianza para ello─, y me recomienda que de vez en cuando, cualquier viernes por la noche, visite alguna discoteca de Barcelona. Él piensa que analizo demasiado a los hombres que conozco, y que por eso me resulta difícil conceder una mínima oportunidad a cualquiera que esté interesado en mí. Sé que lo piensa aunque no me lo diga con esas mismas palabras. Lo deduzco porque está convencido de que la única forma de llevarme al huerto es por sorpresa, por algún desconocido con quien mi mente no pueda poner inconvenientes o excusas, y que tenga la suerte o la desgracia de encontrarme un momento con la guardia abajo. Dice que conmigo sólo sirve el aquí te pillo y aquí te mato, algo a lo que no debería renunciar ─me insiste a menudo─, porque sólo se vive una vez.  Él se toma la vida de forma muy mediterránea, en mi opinión, y especialmente la pasión. Sin embargo, llegar al sexo para mí, y muy a mi pesar, es algo rotundo y grave, aunque al poco tiempo de iniciarse la relación, el mismo sexo se me instala con templanza y naturalidad y se me vuelve liviano, gozoso y frecuente. Tampoco me siento orgullosa ni avergonzada por ello. Cada uno es como es, pero prefiero otros  temas de conversación con mis compañeros, como la música, los viajes o la literatura. 

─El viernes por la tarde me voy de librerías por Barcelona, después del trabajo ─dije en voz alta y mirando la pantalla de mi ordenador, como si hablara sola, aunque mi compañera Paula estaba en su mesa de trabajo, junto a la mía, y sé que me estaba escuchando.

─Hoy has visto a Dani ¿verdad, Ione?  ─preguntó.

─Sí. ¿Cómo lo sabes, Paula? 

─Es que no falla. Siempre te aferras a la literatura después de hablar con él. Son muchos años compartiendo despacho contigo ─contestó en tono amable, como agradecida porque fuese así─. Pero mira, esta vez me apetece acompañarte ¿Quieres que vayamos juntas?

─Claro que sí ─respondí─. Han cerrado algunas librerías que me gustaban mucho, pero cerca de la Plaza de Cataluña aún quedan dos muy interesantes, y además una de ellas tiene cafetería.

A las tres de la tarde del viernes nos fuimos las dos a Barcelona en transporte público. Al llegar, justo al lado de la boca del metro, encontramos una tienda de sombreros y bolsos. Me compré una pamela de fieltro en color beis, y después fuimos a la librería. Adquirí dos novelas de dos autores que me interesaban mucho. Mientras tanto, Paula miró la sección de libros de jardinería, aunque finalmente no compró nada. Después nos fuimos a tomar un té en la planta de arriba del mismo local.

─¿Me enseñas los libros que compraste, Ione?

─Claro. Mira ─respondí─: "No digas Noche" de Amos Oz y "Suite francesa" de Irène Némirovsky. Y además esta otra: "La mujer que leía demasiado", que me ha interesado mucho por su título y la sinopsis, aunque no he leído nada de su autora. 

Conversamos sobre nuestras aficiones casi durante dos horas. Charlamos sobre el cuidado de las orquídeas que Paula cultiva con esmero. Además este invierno quiere preparar un viaje por todo lo alto, de esos que hacen las parejas cuando su matrimonio cumple veinticinco años, como es su caso. Probablemente irán a Isla de Pascua. 

De regreso, ya sentadas en el vagón del metro, Paula me preguntó:

─¿Te fijaste en la gente que había en la cafetería? En un hombre en concreto... ¿Te diste cuenta?

─No me fijé en nadie. Me pareció ver un grupo de alemanes en la mesa de al lado ─contesté por contestar, como por decir algo.

─Me refiero a alguien que se acercó a nuestra mesa y dijo que "No digas Noche" es una novela excelente.

─No me acuerdo de su cara ─respondí.

─Tendrías que volver allí el próximo viernes, Ione.  A la misma hora. Pero sola ¿de acuerdo?

─Vale. Mucho más fácil que ir a la discoteca.

─¡Qué ocurrencias tienes! ─exclamó Paula─. ¿Eso a qué viene?

Pero ¿por qué quieres que vuelva  allí? ─pregunté cambiando de tema.

─Ya me lo contarás tú misma ─dijo sin darle demasiada importancia al asunto.

Imagen por Ayla Michelle


15 de septiembre de 2015

"Correccional de pájaros" por Gavrí Akhenazi.

Ficha del libro:
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Título: Correccional de pájaros
Autor: Gavrí Akhenazi
Editorial: Lulu Editores
ISBN: 9-781105-448850
Nro. Páginas: 355
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Comentario por Idoia Laurenz. 

Todo comienza como una tormenta de palabras que te encuentra descalza y desprovista de cualquier tejado próximo que sirva de excusa para las ganas de huir de ti misma. Permaneces acurrucada entre sus márgenes. Enojada con la lluvia y con tu propia niña interior, en esa lejanía que se ve arrastrada por la corriente de querer pasar página. Con la mirada hacia ninguna parte que no esté limitada por sus párrafos.

Hasta que llega una página a la que te acercas y ves un río que refleja tu propia vida. Lees como si ahí empezará el libro, pero ya totalmente decidida a llevártelo contigo, sobre todo a los sueños, en los que amaneces convencida de que también las ruinas de tu propia adolescencia son los cimientos de todo lo honroso que sostiene tu esqueleto.  

Y lo que resultaba ser una nove la termina pareciendo un árbol que crece junto a otro, los dos alimentados por la savia de las letras. Allí donde ambos van atesorando una biblioteca de hojas con sentimientos relatados e imborrables que puedan conducirte a descifrar el  final, que no es otro que conocer el auténtico significado de la palabra hermano.