En medio de tanta confusión de megabytes, tu verdadera personalidad es el máximo común denominador, entre tu perfil virtual de Facebook y el perfil real que muestras al vecindario.
La verdad es el resultado final que obtienes al restar a tus palabras anónimas, el valor real de tus gestos cotidianos.
Tu pensamiento se torna patológico cuando invierte más tiempo en la virtualidad que en la familia.
Y si a pesar de todo, sigues convencido de que te has enamorado a través de una pantalla, ten cuidado, porque has entrado en el terreno de la metafísica.
Mira tu rostro frente a un espejo y verás que te has enamorado de la idealización de ti mismo.