Él nació con los ojos vacíos, huecos, como los valles en los que las tórtolas enamoradas,
tuvieron la libertad de sembrar el fruto de la ausencia.
Cuando vi por primera vez la cuenca de sus ojos ciegos, quedé marcada por la esperanza que me regaló su sonrisa.
Mi forma de mirar era la de una niña, con esa esa edad en la que se ha descubierto que todos nos vamos a morir en algún momento. En esa infancia ya consciente, en la que se piensan las mejores preguntas de la vida, pero no se sabe cómo, se quedan para siempre dentro, en el recuerdo.
Aún sigue sin respuesta mi pregunta, tío: ¿Lo natural del dolor es gritar o quedarse callada?
En verdad, ya no me importa demasiado no tener respuestas. Lo hermoso de las vida es cuestionarse todas las certezas.
Aún sigue sin respuesta mi pregunta, tío: ¿Lo natural del dolor es gritar o quedarse callada?
En verdad, ya no me importa demasiado no tener respuestas. Lo hermoso de las vida es cuestionarse todas las certezas.
Todos los ojos son valles de muerte y de vida. Pero las únicas cuencas que terminan vacías son las que nunca se hacen preguntas. La única ceguera es la que no es capaz de ver el dolor.
¿Quién regará las flores
que crecerán en los manicomios de toda la tierra, cuando tú te hayas ido?
*Dedicado a mi tío Federico.